Relato 13: El pilote, por Germán SG
Los faros de la furgoneta iluminaban el camino de acceso al tajo. La obra estaba lo bastante apartada de cualquier vivienda como para no llamar la atención. Aparcó con las puertas traseras lo más cerca posible del agujero.
Con el frontal en la cabeza, ajustado a la mínima potencia, apenas distinguía tres palmos delante. Bajó el cadáver como pudo y lo arrastró por los sobacos hasta colocarlo en posición. Cabeza abajo, solo tenía que dejar que la gravedad hiciera el resto. Dudó cinco segundos, pero sabía que no había vuelta atrás. Empujó.
El cuerpo se precipitó por el interior del pilote. Era una perforación de metro y medio de diámetro, un abismo de veinticuatro metros de caída libre. Solo asomarse ya daba vértigo. Pero algo no salió como esperaba. Con la luz tenue distinguió la silueta inerte enganchada en uno de los estribos de la armadura. Maldijo en silencio. Estaba demasiado profundo para recuperarlo, por lo que no le quedaba otra que esperar al amanecer.
Esa misma tarde, poco después de comer, había visitado la obra. Ordenó parar los trabajos y dejar preparado el hormigonado para la mañana siguiente. Una decisión extraña: siempre repetía que no se debían dejar los tajos abiertos. Pero esa vez sus órdenes fueron distintas. Nadie protestó, para el maquinista y los ayudantes era casi un regalo, una tarde libre inesperada.
A la mañana siguiente llegó de los primeros con un nerviosismo apenas disimulado. Todo debía salir rápido, limpio, sin preguntas. El maquinista arrancó la máquina mientras los operarios disponían la jaula de los tubos tremie para el hormigonado. El camión de hormigón estaba previsto en poco más de una hora y había que tenerlo todo listo. En condiciones normales, aquel pilote se habría hormigonado con cuatro o cinco metros de tubería, pero la dirección facultativa había ordenado bajar hasta quince. Nadie cuestionaba esas decisiones.
Los tubos fueron descendiendo, tramo a tramo, cada uno de metro y medio. Él aguardaba el momento en que alcanzaran la cota del cadáver. El octavo tubo, unos doce metros, se resistió a bajar. El maquinista levantó la vista, desconcertado. El ingeniero le devolvió un gesto rápido, seco, ordenando empujar con más fuerza.
Tras varios intentos, el conjunto cedió y el tubo descendió al fin. Respiró aliviado, ya nadie sabría qué había sido del cuerpo. Quizá aplastado, quizá sepultado contra el acero. Quizá todavía entero, aguardando en la penumbra.
El camión del hormigón llegó puntual. La cuba giraba, y la mezcla descendió a través de los tubos hasta el fondo del pilote. Cuando la masa gris alcanzó la cota final, el silencio de la obra parecía absoluto, como si hasta las cigarras hubieran callado. El maquinista sonrió satisfecho: el pilote estaba hormigonado. El ingeniero también sonrió, aunque por razones muy distintas.
Ahora solo faltaba romper los tubos del ensayo sónico para que nada quedase al azar de un maldito ensayo. Aunque en su cabeza, rondaba la curiosidad si ese ensayo daría algún resultado anómalo. Después de pensarlo un buen rato, decidió que esa noche volvería a la obra para sabotear esos tubos.
Nadie sabría jamás qué se ocultaba en las entrañas de aquel pilote, el P13-8.
Relato 13: El pilote, por Germán SG