Título: Beneficios de un problema

Autor: Ignacio Serrano

 

Ya había pasado el verano y el paseo marítimo, a las 8:30, lucía despejado y con una brisa bien agradable. La vida profesional a veces te regala un proyecto con vistas al mar.

Estaba dando un pequeño paseo cuando sonó el teléfono. Era Pepe, Pepe “el ladilla”, mi cliente. Buen tipo, buen técnico, tal vez un poco pesado (de ahí lo “ladilla”) y con el colmillo demasiado afilado, que por otra parte era lo que en los tiempos de pre-crisis se estilaba entre los grandes contratistas. Me pide que me acerque al jardín que está pegado a la obra porque tiene algo muy importante que enseñarme. A continuación, llamo al encargado, que se ha visto en mil batallas, para que me acompañe y me eche una mano en dar la batalla…

Un socavón. Un simple socavón que no sería de más de un metro cúbico, pero a la vista de su escenificación, el asunto era un verdadero drama. Si por él fuese, que viniese el mismísimo Director General a dar explicaciones. La nuestra en ese momento era de libro. Éramos conscientes que existía la posibilidad que hubiese arrastre del terreno y es por lo que tomamos controles preventivos. Si después de sesenta anclajes en esa zona se había producido este fenómeno, más bien habría que considerarlo como un hecho aislado y relacionado con que el material del jardín no está bien compactado. Ante su insistencia, le comento que el responsable de la especialidad estaba por la ciudad, e iba a pedirle que viniese y tener, junto con la Dirección de Obra, una pequeña reunión.

Antonio estaba a punto de entrar en una reunión para uno de esos megaproyectos que ya por entonces, sabíamos que quedarían en algún cajón. Le pongo en antecedentes y me promete que a las 12 está aquí. Uno trabaja tranquilo y motivado cuando tiene superiores con los que contar, y Antonio era uno de ellos. Además de muchos años de experiencia conocía las nuestras técnicas como nadie, y sin duda, la mejor manera de defender a la empresa es con la técnica.

Menos mal que en el jardín tenía unas hermosas palmeras, porque el sol que caía al mediodía era de justicia. El director de obra, bastante asustado, no estaba muy convencido con nuestras explicaciones. El asunto se estaba enquistando … hasta que llegó el encargado.

Ese día estaban instalando una célula de carga en un anclaje, con el fin de comprobar el comportamiento a largo plazo. Nada de especial hasta ahí. Lo que no se esperaba es que los anclajes perdieran el 25% en el momento del blocaje. Eso no es normal y todos nos dirigimos inmediatamente a la zona de la excavación donde se estaban realizando los trabajos.

Se habían realizado ensayos de adecuación y los anclajes funcionaban perfectamente. Había muchas posibles explicaciones, pero necesitábamos tiempo y hacer algunas pruebas para descartar cada una de ellas. Eso acabo con nuestras expectativas de disfrutar de un buen arroz con vistas al mar, pero estas situaciones entran también en el “liquido a percibir”. Pasamos la tarde revisando los ensayos realizados, los materiales, los equipos y estableciendo un plan de acción y de comunicación con el cliente. Este sí podía convertirse en un gran problema si no lo gestionábamos bien.

El día acabo tarde, pero con un poso importante de satisfacción. Con la sensación que a esas horas le sacaría partido el resto de mi vida. Mientras acercaba a Antonio a la estación a que cogiese el último tren, me dijo: “¿Te das cuenta? Después de que apareciera el tema de la célula, ya nadie ha reparado en el socavón. Tampoco nosotros”. A su comentario yo respondí con una cómplice sonrisa. El prosiguió y me regaló unas palabras que no se me olvidan: “A veces, para restar importancia a un problema, lo mejor es que te caiga encima un problema de verdad”. Y es verdad.

 

 

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