Título: El túnel de la vida
Autor: Amadeu Deu Lozano
El sol despunta tras las montañas nevadas que rodean Sarajevo. La noche del 3
de febrero de 1994 ha sido larga y muy fría, como todas las de este interminable
invierno de guerra. El viento helado entra por las rendijas de algunas casas medio
derruidas. La ciudad parece no querer despertarse para disfrutar de la oscuridad
unas horas más: a esta hora los tanques escondidos entre las sombras descansan y
reina un silencio solo roto por la llamada a la oración de los almuédanos desde lo
más alto de los minaretes de las mezquitas.
Para la señora Sidi Kola ha sido una noche agotadora. Por el jardín de su casa no
ha parado de entrar y salir gente: soldados, heridos camino al hospital, familias
de caras tristes y aspecto decaído. A todos ellos les regala un trozo de pan seco y
un vaso de agua, y les alienta con el final de esta maldita guerra que los condena
a un sombrío declive de llantos y desengaños. La familia Kola es muy conocida.
Su casa es la única manera de entrar o salir a Sarajevo y acceder a la zona libre
de Bosnia, controlada por las Naciones Unidas. Los tanques serbios tienen la
ciudad sitiada desde hace meses y no permiten el acceso a nadie no autorizado a
riesgo de ser ejecutado allí mismo, a sangre fría. En la ciudad ya escasea todo lo
esencial: comida, medicamentos, gasolina. Sin embargo, en los peores momentos
el ser humano es capaz de las mayores gestas. En junio de 1993 se completó el
cale del túnel de Sarajevo, una obra geotécnica prodigiosa que une el sótano de
los Kola con la ciudad, pasando por debajo del aeropuerto y sorteando el sitio
serbio y sus francotiradores. Una obra de ingeniería para la supervivencia; el
mayor de los secretos bosnios; aire fresco para una ciudad afincada en el
desánimo.
Durante la construcción del túnel trabajaron decenas de voluntarios que,
supervisados por el grupo de ingenieros del ejército bosnio, excavaron el avance,
laterales y solera a lo largo de 800 m usando palas y picos. La excavación se
entibaba con puntales y tablones de madera en la zona libre y de acero en el
frente de Sarajevo ya que, por un lado, en la ciudad la madera escaseaba y se
usaba para calentar las casas y, por el otro, no había fábricas para proveer de acero a la zona liberada. Pese a las deplorables condiciones de trabajo y los medios disponibles, el túnel fue construido con éxito y sin las sospechas
del ejército serbio: a escasos 5 m por debajo de la pista principal del aeropuerto,
no se detectaron asientos diferenciales, grietas ni derrumbes. Fue una proeza, y
Sarajevo sobrevivió gracias a ella.
En el centro de la ciudad, los francotiradores serbios tienen a la población
atemorizada. Escondidos en los tejados de los edificios como sombras que
danzan entre oscuros recovecos, sus disparos resuenan secos cuando algún osado
intenta cruzar la calle. Las esquinas se convierten en oasis de supervivencia en
las que la gente, acurrucada y con la espalda bien pegada a la pared, toma aire
unos segundos antes de salir corriendo de nuevo. Sarajevo es gris y triste; el
silencio se apodera de los callejones sin alma donde antes la vida relucía sin
manías. En casa de los Kola, un hombre sale del túnel cojeando y con la ropa
sangrando: tiene un tiro en la pierna y necesita ayuda urgente. Sida Kola lo guía a
través del jardín hasta la salida de su casa. En la ciudad no hay material médico y
el hospital está medio derruido, pero este hombre salvará su pierna y la vida.
Durante las primeros meses, unas 4000 personas cruzaban el túnel cada día, en
fila india, cargando sacos de comida y material esencial a veces con agua hasta
las rodillas. Con el tiempo se mejoró el drenaje, se instalaron railes y vagonetas,
una línea eléctrica y cable telefónico que facilitó la comunicación entre ambos
lados del túnel. En junio de 1993 no solo se terminó una admirable obra de
ingeniería geotécnica construida en las peores circunstancias, se inauguró un
salvoconducto que despejó de nubes funestas una ciudad apresada por el
desaliento; un túnel que devolvió la esperanza a una ciudad y un país, el túnel de
la vida.
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No tenía ni idea de esta historia tan soberbia y emocionante.